El ruido del viento reventaba mis tímpanos cuando vi al anciano acercarse hacia mí, el viento golpeaba mi cuerpo como diciendo que debía huir en ese momento, mis pies estaban congelados, no sentía los dedos de la mano y las piernas poco me respondían, en medio de tan terrible clima el anciano vestido prácticamente en harapos, ciertamente más delgado de lo que se pudiera considerar saludable y con la barba que llegaba hasta la altura del ombligo me hacia pensar en lo frágil que podía llegar a ser mi cuerpo; mientras se acercaba note que en sus ojos no había esa sensación de cansancio que uno espera cuando ve a un anciano de su edad, sino el brillo travieso y juguetón de un niño, ciertamente dude por unos segundos sobre la realidad y lo que mis ojos veían pero cuando el anciano me extendió la mano me sentí reconfortado, después de todo llevaba días de camino, el contacto humano me sentaba bastante bien.
La cabaña en la que vivía el anciano distaba mucho de lo que me esperaba encontrar en la cima de una montaña, el calor que emanaba el lugar parecía provenir no de un fuego o de una particular fuente de energía, parecía que en el aire una aura mágica regalaba vida a mis pulmones, me pidió que me sentara frente a él en una mesa pequeña que junto con un pequeño mueble de madera y una rudimentaria cama intentaban llenar el espacio; nunca logre descifrar de donde venia la música que acompañaba los lentos movimientos de mi anfitrión… cuando ya me había acomodado en la silla frente a él me miro directo a los ojos y sentí la presión del mundo en mis hombros puso la mano sobre la mesa dentro de ella había un objeto solo lograba ver un brillo de color verde profundo, levante la mirada y golpeo la mesa con la mano entonces el silencio se apodero del mundo que me rodeaba, la ventisca que hace unos momentos generaba un ruido ensordecedor ahora era substituida por el silencio más profundo que podría existir.
Me levante de la silla, me golpeaba los oídos, pensaba que me habría quedado sordo, intente salir la puerta estaba cerrada, quise gritar, quise huir yo que siempre había pensado en una silenciosa paz esta vez me encontraba encerrado en el más profundo silencio de un infierno. Pase lo que supongo que fueron un par de horas tirado en el suelo con la cabeza entre las piernas esperaba despertar o buscar una manera de liberarme de esta situación; me canse, nada pasaba, lo único que sucedía (si es que se puede decir) era el silencio, regrese a la mesa, gritaba, quería que el anciano me dijera algo, explicara, solucionara, que se yo… el solo me miraba, se veía tan tranquilo que pensé que él no sufría del mismo padecimiento que yo, me quede quieto y anocheció, había un frio inmenso en la habitación, el viento soplaba, la nieve caía como desde hace horas, pero el silencio seguía manteniendo en una especie de burbuja todo el entorno.
Después de haber escalado la montaña y haber pasado por el lapso de desesperación antes relatado, mi cuerpo se quedaba sin energía, me quede dormido; comencé a pensar en los acontecimientos de las últimas horas, deseaba escuchar un sonido, solo escuchaba mi voz dentro de mi cabeza, pero nada más; en mi sueño pensé recrear una canción, una voz, lo que fuera, pero no era posible. Postergue los pensamientos de resolución del problema, aparque de mi mente la idea del silencio y me di cuenta de todo lo que me había definido era el ruido que salía de mi boca, los gritos, los reclamos, la secuencia interminable de palabras al azar, me sentí patético al pensarlo; entre los pensamientos llegaron recuerdos de todas aquellas cosas que no había escuchado o había pretendido no escuchar un adiós, un no, hola, quizá, te amo, trate de acomodar los hechos pretender que aprendía de ellos pero entendí que lo que no había escuchado nunca podría volverlo a escuchar. Me dije a mi mismo que no quería ser de los hipócritas que se arrepienten, ser uno más de los que pretenden aprender y mejorar, esta vez tenía que enfrentar las cosas como venían, el pasado es irremplazable, me dije, no me arrepiento de nada, conteste. No me importaron mis errores, no pude comprender lo bueno y malo, busque en lo más profundo de mi conciencia y me di cuenta de que yo soy todo lo que soy. El silencio me prohibió ignorarme, me obligo a ver la verdad sentirme como diamante en bruto simple e incorruptible no uno más de esos preestablecidos esquemas de lo que debo ser, solo el ser.
Cuando desperté estaba solo, el viento soplaba, sonreí cuando note que el silencio le había dado paso al inmenso ruido de la soledad, sobre la mesa una piedra de color verde y junto a ella una hojita de papel “los silencios más pequeños dicen las verdades más grandes” decía.
Muy buen relato, sobretodo me gustó mucho tu reflexión al final de la historia. No cabe duda que es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras, como diría Shakespeare, bueno al menos siento q si se aplica esa frase a lo q entendí. Saludos!
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